Quimera / Al Caer la noche
Abstract
Aún no había amanecido. La bruma, que cubría todo y le daba al paisaje un aire fantasmal, dejaba filtrar a duras penas delgados hilillos dorados que como lluvia de oro caían sobre el gallinero. Las aves, con gran alboroto, corrían levantando una polvareda y picoteaban el suelo insistentemente. María, somnolienta, restregándose los ojos con una mano y con la otra sosteniendo la lata con los desperdicios, cruzó la cerca de ciruelos por aquel estrecho espacio que había entre el suelo y el alambre de púas que, no sabía por qué, su madre insistía en usar como puerta de entrada al chiquero de los puercos.