L' éternité
Abstract
A Irene y a mí nos encantaba la plaza, porque no sólo nos entreteníamos alimentando a las palomas (es impresionante que hoy día las palomas nacen con la habilidad de esfumarse más rápido que un parpadeo, y ya no puede uno agarrarlas como antes, ni siquiera para darles una lección por haberse cagado en ti) sino que además, nos dábamos gusto bebiendo café en el Expreso Gourmet de la esquina. Un día lo tomaba negro, otro, un delicioso latte, otro, un frappé con trocitos de galletas y así, hasta no dejar ningún sabor por fuera. ¡Y vaya que se vendían de todos los tipos! Pero Irene no. Ella no salía de su clásico café con leche de soya (Don Pepe no vendía nada con leche de soya, pero a Irene la complacía con lo que fuese). Solía ser fiel a sus gustos y cuando esa mujer se entusiasmaba con un sabor en particular, no había quien le hiciera probar otra cosa. Era algo especial con sus mañas. Mezclaba plátanos maduros con limón, coco, tomate y zapallo. Otros días, preparaba ensaladas de hojas de mango con cáscaras de aguacate licuadas y miel de caña caliente. Algo extraño, pero aunque no lo parezca ¡una delicia! Irene era de las que creía que hacer inventos en la cocina era genial.