UNA ANTIQUÍSIMA PARÁBOLA SE PONE DE MODA
Abstract
Don Macario Cárcamo, cronista oficial de Cojontepeque, decidió un día realizar un periplo por algunos de los pueblos más remotos del país. Fue así como arribó a una curiosa localidad escondida entre escarpados riscos que en el verano la protegían de los inclementes ventarrones y en el invierno le servían de abrigo contra el intenso frío.
Don Macario notó de inmediato que la población entera se encontraba participando en una fiesta que parecía no tener fin. Y, en efecto, no lo tenía, como vendría a saberlo después. Los altoparlantes ubicados estratégicamente en todos los rincones del villorrio vomitaban a todo volumen los sones en boga, provocando una visible alegría contagiosa entre los lugareños. Unos bailaban, otros libaban. Había también los que cantaban, los que comían hasta el hartazgo, los que estaban involucrados de lleno en juegos de azar y los que, formando animados corrillos, se dedicaban a despellejar inofensivamente al prójimo.
Don Macario notó de inmediato que la población entera se encontraba participando en una fiesta que parecía no tener fin. Y, en efecto, no lo tenía, como vendría a saberlo después. Los altoparlantes ubicados estratégicamente en todos los rincones del villorrio vomitaban a todo volumen los sones en boga, provocando una visible alegría contagiosa entre los lugareños. Unos bailaban, otros libaban. Había también los que cantaban, los que comían hasta el hartazgo, los que estaban involucrados de lleno en juegos de azar y los que, formando animados corrillos, se dedicaban a despellejar inofensivamente al prójimo.